Solo habían transcurrido dos años desde que el mundo se viera sorprendido por la pandemia de COVID-19 cuando, el 24 de febrero del año actual, Rusia invadió Ucrania. Hasta ese momento las preocupaciones se centraban en la recuperación de la economía mundial.
La invasión rusa del territorio ucraniano ha sido la máxima expresión del conflicto armado entre ambos países mantenido desde 2014, está vez con impactos globales.
Por tanto, se abre un escenario lleno de incertidumbres en el que lo único cierto parecen ser dos cosas:
- La UE queda fortalecida internamente, como muestran los avances en materia de presupuesto, la orientación de las políticas económicas frente a la crisis o la ampliación de la agenda a nuevos temas, pero, simultáneamente, muy debilitada frente los EE. UU. Está por ver qué consecuencias tendrá a largo plazo.
- Como todas las guerras de ocupación, esta de Rusia contra Ucrania no se parará salvo que se reconozca la victoria/derrota de una de las partes, o se ofrezca a Rusia una alternativa en el orden mundial que le satisfaga. Esta oferta que no podrá evitar incluir la garantía de acceso de su flota al Mediterráneo, lo que implicará cesiones territoriales por parte de Ucrania.
En cualquier caso, la guerra ha dejado al descubierto -una vez más- la necesidad de recuperar la iniciativa a favor de una institución internacional que realmente trabaje por la Paz, como ya reclamó Enmanuel Kant en La paz perpetua, en el lejano 1795.
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