La reunión de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el cambio climático de este año (la COP27) se viene celebrando durante los últimos días en suelo africano, en Egipto. Si bien esto podría verse como algo positivo para los intereses del continente, diferentes organizaciones internacionales defensoras de los derechos humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch han sido muy críticas respecto a la legitimidad del país anfitrión para organizar este evento.
El continente africano aglutina a muchos de los países que sufren más intensamente las consecuencias del cambio climático. Aunque sus impactos varían en intensidad de unas regiones a otras, se consideran profundos y severos. Abarcan diferentes dimensiones como la alimentación, la disponibilidad de agua, la salud, las migraciones, la biodiversidad y la capacidad de generar ingresos.
Más de la mitad de la fuerza de trabajo del continente está empleada en el sector agrícola, y la práctica totalidad de las tierras de cultivo dependen directa o indirectamente de la lluvia. En este contexto, Naciones Unidas estima que desde 1961 la productividad de la agricultura en África ha caído un tercio por circunstancias atribuibles al incremento de temperaturas.
Así, fenómenos cada vez más frecuentes e intensos como las sequías tienen un alto impacto en importantes segmentos de la población rural. Y en las ciudades la proliferación de asentamientos informales sin servicios básicos incrementa la vulnerabilidad de sus habitantes ante episodios de escasez de agua, calor extremo e inundaciones.
Sigue leyendo en el artículo de Artur Colom Jaén y Eduardo Bidarrurratzaga Aurre publicado en The Conversation